Archivo de abril 2010

Ante los Desastres Naturales

Ordinariamente la vida está llena de pequeñas contrariedades que con paciencia, constancia y pensando un poco se logran superar. Con el tiempo esas dificultades contribuyen a nuestra madurez humana. Quien tiene la vida demasiado fácil no se desarrolla como persona.

Cuando las contrariedades salen de lo normal, por lo inesperado e incontrolable, se nos exige una reacción más madura, prudente y racional. Pero cuando la desgracia es un cataclismo que supera todas las dimensiones previsibles es muchísimo más difícil saber cómo actuar. En esos casos son necesarias personas especialmente sensatas que unen la preocupación por las vidas ajenas con la frialdad de un razonamiento eficaz.

En todos los casos se necesita mucha gente que sepa pensar en los demás, que sepa ponerse en la situación del prójimo y que esté dispuesta a ayudar sin pensar en el cansancio ni en el sacrificio. Ese tipo de personas son las que, de forma más o menos callada, ayudan con más eficacia.

Sin embargo hay otros que estorban. Son aquellos que solamente se quejan porque no se recibe la ayuda necesaria y aquellos que ven la oportunidad de sacar un beneficio personal. Esos últimos son los más repugnantes pues se benefician del sufrimiento ajeno.

Se suele decir que “a grandes males, grandes remedios”, y es una gran verdad, aunque no siempre se saben aprovechar esos males para producir los grandes remedios. Las situaciones difíciles estimulan la generosidad y aguzan el ingenio; promueven la solidaridad y son cauce para el ejercicio de muchos talentos “olvidados” o “desconocidos”.

En esas situaciones de grandes desastres naturales, los niños y los jóvenes pueden ver las reacciones valientes de muchos adultos; aunque también pueden ver las reacciones de los cobardes y de los “llorones” que sólo se lamentan y piden ayuda, pero no mueven un dedo para salir de su triste situación.

Algunos recordamos el ejemplo del pueblo alemán al terminar la II Guerra Mundial. Todo estaba destruido, pero supieron levantarse después de su derrota. No se trata de hacer ningún juicio de valor sobre “vencedores o vencidos” ni tampoco de ideologías sino de elogiar el espíritu de trabajo de los germanos. Cuando caminaban para ir al trabajo o para cualquier otra gestión, agarraban un ladrillo de un edificio destruido y lo llevaban a un lugar determinado. Así limpiaron las ciudades de los escombros. ¡Qué gran ejemplo! Imitable. Nosotros vemos escombros y nos lamentamos de la falta de maquinaria para  del gobierno. Es cierto que el gobierno debe ayudar pero todos debemos trabajar en la medida que podamos.

Ayudémonos, trabajemos y no lloremos nuestras desgracias.


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